Profesor de Derecho en la Universidad París-I Panthéon-Sorbonne, abogado, ministro de Justicia, presidente del Consejo constitucional, senador, autor de libros, en todas sus funciones, Robert Badinter se guió por la misma idea: cuanto más protegidos son los derechos humanos, más es la República. Explicó este lugar central otorgado a los derechos, entendidos como un conjunto de principios y libertades, por su función en la construcción de la figura del ciudadano.
Más allá de la historia particular de cada persona, de sus orígenes, de sus creencias, estos derechos hacen, en el sentido fuerte del verbo hacer, al ciudadano a través de su universalidad. Son el lugar que ofrece a los hombres la posibilidad de “salir” de sus determinaciones sociales, de no verse más en sus diferencias sociales sino de representarse como seres con iguales derechos entre sí. Son, en la construcción de una sociedad, el momento que permite a los hombres escapar del comunitarismo “natural” y percibirse en una relación política de igualdad.
Para Badinter, los derechos humanos encuentran su origen en la Razón. Son la clave de acceso a la República.
Y, presidente del Consejo Constitucional, tradujo esta idea en la decisión del 22 de enero de 1990 afirmando que los extranjeros en situación legal se benefician de la libertad y la seguridad individuales, en particular la libertad de ir y venir, la libertad de matrimonio, el derecho a llevar una vida familiar normal y los derechos a la protección social; En consecuencia, el Consejo censura una disposición legislativa que les excluía del beneficio de una asignación de solidaridad.
Para ser releído y releído hoy. Como esta decisión del 20 de enero de 1994 en la que Badinter hizo precisar al Consejo que “la ejecución de penas privativas de libertad en materia correccional y penal estaba destinada no sólo a proteger a la sociedad y asegurar el castigo del condenado sino también a promover su reforma y preparar su posible reintegración”.
En este sentido, Badinter se inscribe en el racionalismo humanista de la Ilustración porque para él los derechos humanos encuentran su origen en la Razón. No son un adorno ni un alma extra. Son la clave de acceso a la República. En un momento político en el que todos se llaman “republicanos”, en el que el significado de la palabra “República” se vuelve incierto por ser utilizada descaradamente por todas las corrientes políticas y por muchos Estados, tuvo que recordarnos que “República” no era una palabra vacía que pudiera albergar cualquier contenido.
Y es a Condorcet a quien recurre para afirmar la sustancia singular e irreductible de la República como exigencia ética. No es sólo lo contrario de la Monarquía ni un sistema basado en la práctica de elecciones y gobierno mayoritario; ella es “un tipo de moral, virtud, escrupulosidad, sentido cívico, respeto al adversario, es un código moral”.
Hoy, Condorcet y Badinter se reencuentran en el Panteón. En estos malos tiempos en los que la “penalización de las mentes” gana terreno, debemos escuchar su voz, hacerla resonar, llevarla cada vez más alto y más fuerte.
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