Salvo contadas excepciones, nadie puede ignorar que el martes por la mañana, en su humilde equipaje, llevaba una copia del Conde de Montecristo, por Dumas. Vemos claramente la idea, el hombre injustamente condenado desafiando el destino y regresando a la sociedad donde ajusta cuentas. Pero por este lado, Nicolas Sarkozy no estará demasiado preocupado. Las empresas y grupos con los que opera o de los que incluso es director, como Lagardère o Accor, no le imputan su condena ni sus diversos litigios.
Amigos como Vincent Bolloré no pueden fallarle y el círculo de su apoyo va mucho más allá de los pocos cientos de manifestantes en la patética concentración en el distrito XVI de París. Desde hace tres semanas, editorialistas de derecha y de extrema derecha insisten en lo escandaloso que es el destino que le reservan los magistrados politizados, llegando incluso a hablar de despotismo judicial.
En estas condiciones, el Ministro de Justicia, Gérald Darmanin, no dudó en declarar públicamente que lo visitaría en prisión, que el Presidente de la República consideró oportuno recibirlo antes de su encarcelamiento, indicando que era normal “a nivel humano” recibir a uno de sus predecesores. El cual, recordemos, y aunque recurrió, fue condenado a cinco años de prisión por concierto para delinquir.
Hay humanos que sin duda son más humanos que otros y quienes no tienen voz y voto cuando un empleado es despedido por haber recuperado, por ejemplo, bienes caducados, tienen un sentido de la justicia de geometría muy variable.
Pero en realidad lo que está sucediendo allí es más profundo, toca los cimientos mismos de la democracia. Es, de hecho, la expresión, el reflejo de una sedición de los poderosos y de los ultraricos respecto del derecho común, amparada por el poder, alentada, si no organizada, por los medios de comunicación de los multimillonarios. Ya sean impuestos o justicia igualitaria para todos, de país en país se está extendiendo la misma traición democrática.
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